Independientemente de si estos debates cambiarán la decisión de voto de los electores, este pasado 29, 30 y 31 parecieron ser parte de los capítulos de final de temporada de una serie electoral llena de ataques, mentiras, decepciones, y entre eso, algunas propuestas concretas. Y como todo debate presidencial, este tuvo drama, misterio, incógnitos e incluso risas de a momentos. Sin embargo, lo más notorio fueron las claras divisiones de ‘ganador’, las menciones honrosas, los que perdieron hasta la dignidad, y los que fueron a calentar el podio. Veamos.

Dejando de lado, por un momento, los antecedentes de los candidatos y candidatas presidenciales, las que se llevaron el premio mayor fueron las mujeres. Verónika Mendoza y Keiko Fujimori no sólo demostraron una alta capacidad comunicativa, explicando a detalle sus propuestas (Plan Chamba de Mendoza y Perú Abierto de Fujimori fueron de las propuestas más resonadas), respetando el tiempo sin enfrentarse a cortes de los moderadores, sino también un envidiable –para otros candidatos– manejo político, contratacando a todo aquel que pretendiera ridiculizarlas en televisión nacional. De los dieciocho, fueron de las pocas que realmente respondían la pregunta, sin irse por las ramas ni propagar ataques sin razón, cosa que se hizo común a través de los días. A este grupo se le suma Alberto Beingolea, con acertada precisión, argumentos sólidos, y rapidez (podría decirse ya demasiada, por momentos) al hablar para cumplir con los tiempos –algo crucial en este nuevo formato. Sin duda, su expertise en derecho penal le dio el empuje que otros candidatos no tuvieron en la sección de seguridad ciudadana y la de lucha anticorrupción.

Julio Guzmán, de los candidatos con más expectativa en redes, podría haberse coronado como ganador absoluto si únicamente de propuestas se tratara. Sin embargo, los tecnicismos inundaron su participación por momentos, en un debate que era clave para embolsar a todos los indecisos, en un Perú que lamentablemente no vota por propuestas únicamente. Las menciones honrosas irían para Ollanta Humala, quien se manejó bien por la capacidad política adquirida durante su Presidencia; Pedro Castillo, quien explicó sus propuestas con bastante facilidad; y Ciro Gálvez, por los justos reclamos a los que se refirió pero que nadie tomó en cuenta. Lástima que este último se viera impactado por la falta de traducción de quechua del JNE, siendo que casi 4 millones de peruanos son quechuahablantes. Yonhy Lescano, por otra parte, no tuvo mucha oportunidad de resaltar, ya sea por la atención de todos los electores en la dinámica Rafael López Aliaga - Guzmán, y en los ataques de Rafael Santos, y mantuvo esa demagogia que tanto caracteriza su hablar.

En el otro lado del espectro, estuvieron aquellos candidatos que resonaron en redes, pero por su paupérrimo desempeño. Si Forsyth ya estaba humillándose solo, en el primer día, repitiendo ‘los mismos de siempre’ y ‘mismocracia’, las respuestas de Fujimori y Mendoza terminaron de hundirlo en un debate con un formato que ponía a prueba la capacidad de improvisación que él claramente no supo demostrar que tenía. Peor aún, cuando 45 segundos por minuto lo dedicó a sus clásicos ‘no es posible que en el Perú…’, planteando una solución banal y vacía al final de cada una de sus participaciones.

Hernando de Soto, el ‘candidato de lujo’ para muchos, definitivamente no tuvo el performance de alguien que –según él mismo– ha sido ‘nominado al nobel de economía’, denotando que no sólo no conoce la realidad nacional, sino que esto afecta en sus planes e ideas de gobierno. Nadie entendió cómo es que llegó a hablar del aplicativo de taxis Uber en el segmento de educación, o por qué fue que mencionó a Antauro Humala como capital político, y mucho menos por qué decidió citar a Abimael Guzmán, no una, sino dos veces. Todo esto sin mencionar que se atribuyó desde la reducción de la informalidad a través de los años, haber conversado supuestamente con la ONU para limitar la entrada de extranjeros, en sus palabras, ‘pobres y delincuentes’, y si es que le daban más tiempo, hasta trataba de convencernos que él había creado la Inka Cola y descubierto Machu Picchu.

Sin embargo, puede decirse que de Soto brilló al costado de lo que fue su contrincante López Aliaga. Sin más que decir, porque su desempeño –o lectura– habló por sí mismo: leyó de una sarta de papeles que claramente él no escribió, porque incluso en un momento leyó la misma página dos veces, quien sabe, sin darse cuenta. Hizo una oda ridícula a la ‘mujer peruana’ teniendo en frente a la periodista que insultó descaradamente por semanas, y procedió a, sin perder su estilo, decir que iba a ‘eliminar el enfoque de género’, contradiciendo todo lo dicho por el poema a la mujer que recitó al comienzo. Decir que respondió a una pregunta con una respuesta relacionada a la misma es bastante. Después de esta performance, si no baja en las encuestas, ya estaríamos hablando de un claro fanatismo puro y duro cuando nos referimos a sus seguidores.

Y por supuesto no faltaron aquellos candidatos que fueron a faltarle el respeto a todos los peruanos y peruanas: a atacar sin sentido, hablar sandeces, y escupir fuego para lograr, tal vez, saltar a los titulares pero por todas las razones equivocadas. Eso es al menos a lo que se dedicó Santos, cuyo apodo de ‘chaleco de López Aliaga’ por Guzmán le calzó perfecto. Un candidato que no quiere al país ni a sí mismo, a juzgar por el ridículo que hizo. Otro, del que no se puede mencionar mucho, justamente porque se retiró del debate luego de su discurso inicial, es Pepe Vega, quien ya no tiene absolutamente nada que perder siendo que su partido es de los más repudiados a nivel nacional.

Finalmente pasamos a la categoría de los ‘fu ni fa’: César Acuña, Marco Arana, Andrés Alcántara, Daniel Urresti y Daniel Salaverry no sólo no aportaron mucho al debate, sino que fueron tal vez una máquina repetidora a través de las dos horas: Acuña con sus plantas de oxígeno en ‘todos los distritos del Perú; Arana con su muerte civil a los corruptos; y Urresti con su ‘excelente equipo técnico’ que, hasta el día de hoy, pocos conocen.

Previo a las elecciones, todos los años, escuchamos por doquier que ‘debemos votar bien’; pero este debate presidencial ha desnudado lo que muchos sospechan: que no es solamente que nosotros los electores no elijamos bien, sino que la oferta de candidatos es lo que no cumple con nuestras expectativas de un presidente o una presidenta que pueda llevar al Perú por un bicentenario digno, tal vez con un par de excepciones. No sabremos hasta el mismo día de las elecciones, o incluso después, si el desempeño de los candidatos en el debate logrará cambiar la decisión de voto de los electores, basándonos en las encuestas que con tanta ansiedad esperamos cada semana. Pero, independientemente de ello, lo que es claro es que si el debate fuera un factor sustancial de decisión para la mayoría de los peruanos (ojalá fuese así), tendríamos una más clara idea de una segunda vuelta, y de quiénes no pasarían, bajo ninguna circunstancia. Sin embargo, en nuestro mágico Perú, todo es absolutamente posible.